De qué me sirve acudir un domingo de cada cuatro años a votar por una opción política que creo coincide con mi pensamiento, con mi visión de la convivencia, etc., etc., si resulta que mi vida está condicionada no por actuaciones políticas sino por cuestiones de mercado. Por decisiones que toman señores a los que no conozco (no he votado ni al señor Freddie Mac, ni a la señora Fannie Mae, ni tampoco a los señores Lehman, que creo que son hermanos) y que no se han presentado a ningunas elecciones; no me han expuesto ningún programa de gobierno ni proyecto de futuro. Y sobre todo, esos desconocidos para mí, jamás me revelaron sus abyectas intenciones de hacer tambalearse el mundo para su personal beneficio.
Cuando un gobierno democrático de cualquier nación y color se equivoca, tiene que rendir cuentas ante los ciudadanos. ¿A quién rinden cuentas estos malabaristas de las finanzas? ¿Serán inhabilitados para siempre? ¿Serán juzgados y obligados a pagar con su patrimonio personal como hacemos el común de los mortales cuando cometemos un error? ¿O cobrarán sus stocks options y sus finiquitos para volver a empezar con otro nombre y renovada arquitectura financiera?
Ya he confesado en varias ocasiones mi ignorancia en asuntos económicos, en ibex, dow jones y wall strises. Pero me niego a permanecer callado ante un modelo que nos está devolviendo a la pobreza y a la desigualdad extremas. Quiero vivir en un mundo en el que se pueda exigir el pago a los que cometen desmanes tales. Empiezo a cansarme de listos y tiburones, sean compañeros de pupitre o no. El mundo debe estar gobernado por políticos, no por atracadores ni mafiosos. O cambiamos el modelo, o se puede liar parda.
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