La vocación de un partido político es alcanzar el poder. No de cualquier manera, sino con un proyecto que ilusione y convenza al electorado. Pero el objetivo último es llegar a gobernar, ya sea un ayuntamiento, una región (comunidad, nación, país…, que aquí la cosa es muy sensible), un estado. Con la mayor mayoría posible. Pero gobernar.
También se puede acceder al poder coadyuvando a la gobernabilidad. Pactando para constituir gobierno cuando no se obtiene una mayoría suficiente. Esto también es legítimo.
La cosa está en que cuando se toca pelo las hormonas se disparan. Al calor de las instituciones se está mejor. Y hay partidos con vocación pero con conciencia de que, por sí solos, nunca podrán gobernar (la sociología es como es). Y entonces aparecen las razones de estado y la responsabilidad para con la ciudadanía y la gobernabilidad. Y se hacen ímprobos esfuerzos y malabarismos varios por la unidad del partido y por el sostenimiento de las instituciones. Y se puede jugar un billar a tres bandas y a más. A las que hagan falta.
Esto es política. Y Carod no ha descubierto nada ni aquí ni en la China Popular. Ni contigo ni sin tí (sin mí) tienen mis males remedio. Por eso ha renunciado a plantear batalla a Puigcercós no sea que se atomice el Partido (o peor aún que “alguien” quede fuera de escena) y pueda dejar de estar. Y aquí estamos para estar. Y es algo muy legítimo. No me gustaría crear confusión. Pero también es legítimo decirles que sepan que sabemos para lo que están y para lo que quieren estar.
Es lo que tiene hablar idiomas. Que puedes utilizar una lengua para decir una cosa y otra para decir la contraria. En extremeño sería: no me gusta como caza la perrina.
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