miércoles, 16 de julio de 2008

Todo al siete


Cada vez me convenzo más de que el auténtico empresario es el autónomo que arriesga su patrimonio (y con él su vida) para procurar su sueldo y quizá unos pocos más y construirse un futuro trabajando y emprendiendo (ya sé que estoy exagerando). Luego están los empresarios de “Harvard”. Esos personajes de gomina y armani (son, en su mayoría hombres) que sonríen y navegan con el dinero de los demás en forma de bonus, acciones o préstamos bancarios de avales sospechosos (los bancos viven de nuestro dinero) tejiendo pelotazos y procurando su enriquecimiento personal sin importarles cómo ni a costa de qué. Les suele gustar el reconocimiento público inmediato y ser ejemplo de osadía empresarial y personal. Lo peor de esto es que ¡tantas veces lo consiguen! Acordaos de los marios condes y javieres de la rosa; laureados por las escuelas de negocios y las instituciones como modelos a seguir para el progreso de un país. Eran, éstos, y algunos otros el prototipo de self made man con pedigrí, al que luego se apuntaron los poceros que, acostumbrados como estaban al olor de las alcantarillas, pronto aprendieron el secreto del negocio aunque lo practicaran de forma más campechana y salieran en el “tomate” en lugar de en el “hola”.

Como en la vida que llevamos poco caso hacemos de la memoria, ahora se repite la historia en forma de ladrillo. La familiar e increíblemente existosa Martinsa dejará en el paro a unos centenares de familias y en la ruina y la desesperación a miles de clientes. La deuda contraída con descaro más que con temeridad (no existe la temeridad cuando tu patrimonio personal no peligra) les hace bajar la persiana con las consecuencias mencionadas y seguramente otras añadidas. Hasta el último momento intentaron negociar con papá Estado a través del ICO para seguir restregándonos sus yates y sus safaris. Una empresa con treinta millones de metros cuadrados de especulación salvaje que tiene que cerrar por “eso de la burbuja inmobiliaria”, pobres niños ricos.

Lo que más me jode es que esto pasará; pero volverá a pasar. Si, ya sé que el modelo es de libre mercado (demasiado neoliberal para mi gusto). De lo que no estoy seguro (en mi ingenuidad) es que la especulación, la usura, la extorsión y la cara dura no se puedan o deban regular desde un Estado democrático y de progreso social. Y no se trata de intervencionismo sino de vigilancia y control necesario para que estos piratas dejen de asaltarnos con esa alegría impune desde sus cavernas de todas las moralejas mientras se beben nuestro ron ganado con honradez y esfuerzo.

Empezamos a compartir la idea de que el modelo económico debe ser revisado y aplicarle una addenda que garantice la exclusión o, en su caso, la penalización de chorizos, trileros y chafarderos. Para que se deje de apostar a un solo número con el dinero de los demás. No va más.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es cierto que el estado debe intervenir lo menos posible en la vida ciudadana, pero cuando algo se pasa de rosca (y hay cosas pasadas de rosca) hay que controlar y supervisar