Todos hemos hecho pellas (rabona se decía en mi pueblo) alguna vez. Pero hay circunstancias y situaciones en las que hacer pellas trasciende más allá de la anécdota. Rajoy ayer hizo pellas en el Congreso, en el segundo día del debate sobre el estado de la nación. Su excusa o justificante es que el discurso del Presidente estaba vacío, no tenía nada interesante que escuchar y, además él (Rajoy) ya había intervenido el día anterior; así que se dedicó a más altas cosas el jueves 15.
Con este argumento han salido a los medios todos sus escuderos, desde González Pons (belleza en siete días como dice Berkelia) pasando por Soraya Sáenz de Santamaría. Hasta el becario Carlos Floriano (ese político popular extremeño que usó su tierra para trepar a la villa y corte) se ha fajado en el asunto para adquirir posiciones personales en el aparato.
Con esta acción, Rajoy y el partido popular han despreciado a la ciudadanía puesto que en el Congreso hay otros grupos que representan a unos centenares de miles de ciudadanos. Con sus pellas Rajoy ha puesto de manifiesto que le importa un pepino lo que piensen otros ciudadanos a través de sus representantes, que sólo le importa su nueva-vieja estrategia del márchese señor González (Zapatero en este caso). Se equivoca otra vez.
No son los mismos tiempos. No ofrece alternativa. Demuestra una vez más su querencia a las tablas (en argot taurino), su cuanto peor mejor para él y su desesperada, casi enfermiza, apetencia de Moncloa. Antepone su interés personal y partidista al interés general. Así no se construye un marco creíble de alternativa de gobierno. A alguien le he leído que Mariano Rajoy es el mayor activo que tiene el Partido Socialista. Y empiezo a creérmelo.
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