Y bueno otra vez el FMI, ese organismo que parece una agencia de ratings nos pone de cara a la pared con los brazos extendidos soportando la pesada carga de un crecimiento negativo (eufemismo utilizado en el argot económico para decir que vamos de culo, o sea, patrás como los cangrejos) para este año, mientras las demás grandes economías crecen positivamente (que es lo contrario de crecer negativamente). Al menos nos considera gran economía, que ya es algo. Y como institución solvente y predictora (predijo el cataclismo económico mundial inmediatamente después de producirse, ni un minuto más tarde) nos extiende la receta que nos ayude a salir del agujero. Una prescripción novedosa y creativa: flexibilización de salarios.
Desde hace algún tiempo las palabras que empiezan por flex me dan como alergia. Me sale un sarpullido. Porque de tanto oír flexibilidad laboral y salarial como la cura a nuestros males, recaigo en esta enfermedad de replanificar mi proyecto de vida y empezar a hacerme a la idea de que me van a despedir mañana (flexibilidad laboral) y de que tendré que pasar de hacer tres comidas a dos o vete tú a saber si ninguna (flexibilidad salarial).
Lo que nunca he oído por parte de este organismo ni de ningún otro de parecido pelaje es aplicar como receta la flexibilidad empresarial (mazmorra fría para los especuladores y rateros de alto standing).
Así que para crecer, el FMI propone bajar los salarios. En realidad lleva toda la razón porque la recomendación viene dada para el crecimiento de los señores a los que sirven (bancos y lobbies financieros); porque si nos bajan el sueldo los currantes nos quedaremos enanitos.
¿Alguna vez se pararán a pensar que para crecer (en conjunto) lo que hay que hacer es redistribuir justamente? Pues va a ser que no.
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