domingo, 25 de diciembre de 2011

Cuento de navidad





“Soñar un sueño fue nuestro destino…, pero quién puede ya hoy ni hasta soñar que está soñando un sueño”. (R. Alberti).

Érase una vez el deseo de abrazar un sueño colectivo. Una propuesta de comunión entre diversos. De compartir una ilusión arraigada en valores robustos e inmutables de solidaridad y de progreso, asentados en un concepto universal de ciudadanía y libertad que anhelaba construir su futuro a partir de la hermosura de frases como “nosotros, el pueblo…” , como punto de partida para forjar su propio destino.

La Europa que nos contaron no es la Europa en la que vivimos. Durante algún tiempo se habló tanto de una Europa de los ciudadanos, que algunos pensamos que estábamos teniendo la oportunidad de asistir y participar en la construcción de algo que realmente merecía la pena. Algo asentado en valores de convivencia y de transferencia de conocimiento y de progreso personal y colectivo. Un modelo colaborativo arraigado en una tradición cívica que se pretendía recuperar con la sana y justa intención de consolidar el entendimiento y alejar el fantasma del rencor, de la anexión y de la guerra que tanta injusticia, durante tantos años, se había repartido por el Viejo Continente.

Ahora vemos que no. Vemos que los valores predominantes se cursan en papel moneda y que los activos de ciudadanía han mutado a dominación por arte y parte de unas élites voraces y disciplinadas cuyo fin primero y último es ejercer el miedo como anestesia general. Y así está ocurriendo. Asistimos a una parálisis total de voluntades. A una huida hacia el interior de la inseguridad y el sometimiento. A una imparable vuelta hacia el renacimiento de la diferencia entre clases que instala  inabarcables distancias entre personas. A una indolencia y melancolía enfermizas que parecen derivar sin remedio hacia la aceptación de ese destino impuesto y cruel.

Y esto está ocurriendo en un momento de la historia en el que el conocimiento y las capacidades del ser humano parecían  idóneas para practicar justamente lo contrario. Ahora que estamos en contacto en tiempo real. Ahora que la globalización puede usarse como oportunidad de colaboración y de reparto. De avance colectivo. De responsabilidad para con nosotros mismos y las generaciones venideras.

Sin embargo, hemos entregado las únicas armas que podían hacernos iguales. Las de la política y la democracia. Y haciendo esto hemos traicionado la sangre, el sudor y las lágrimas de tantos antepasados que lucharon para procurarnos un mundo más justo. Y ahora, por nuestra inacción y nuestra indolencia, nos volverán a pedir más sangre, más sudor y más lágrimas en un ejercicio de cinismo y dominación mientras nos convencen de que la recompensa está otra vez por venir. Ya hemos sangrado bastante, sudado suficiente  y llorado lo necesario. Nuestras vidas no son un asiento contable. Nos han hurtado los resultados colectivos a cuenta de dividendos particulares.

Algo va mal. Algo va mal cuando aceptamos ese lenguaje tramposo y corrosivo. Algo va mal cuando abandonamos la fuerza del conjunto y permitimos el expolio por la parte. Algo va mal, en fin, cuando no reaccionamos. Cuando cambiamos la participación y la exigencia por el conformismo y la contemplación del hundimiento.

Solo nuestra firme voluntad se puede oponer a esta rapiña. La suma de las firmes voluntades de ciudadanos y ciudadanas decididas a recuperar la libertad y la decisión sobre el futuro. A recuperar las calles y las voces. Sin miedo a nada ni a nadie. Sin miedo a este cuento de navidad que hemos comprado hace demasiadas navidades.

La recuperación empieza por no aceptar la situación y continúa por denunciarla a voz en grito, tomando las riendas y adoptando medidas de cooperación.  Medidas colaborativas para recuperar el sueño. “Porque soñar un sueño fue nuestro destino…” Porque solo existe, solo es real lo que antes se ha soñado.

Son tiempos de revolución. Es preciso ponerse en pié. Es urgente tomar las calles. Para llegar a cualquier sitio hay que dar, siempre, un primer paso. Seamos realistas. Pidamos, una vez más, lo imposible. Cuantas veces haga falta. Todas las veces que sea necesario. El lamento es el refugio de los cobardes. 

¡Nos vemos en las calles!

1 comentario:

Angel dijo...

Interesante aportación, muchisimas gracias.
http://manualqustodian.blogspot.com
www.musicaybanda.com