Se cifra en 200 millones de euros en seis días el daño causado a los productores españoles de frutas y hortalizas por unas declaraciones en alemán de una Consejera de un Bundesland. He oído también que la traducción de sus palabras ha sido más letal que la intención, por ambigüa, de las mismas. Me da igual. Asumido el daño, reconocido el error queda buscar y exigir responsabilidades y reparaciones. En donde corresponda. En Alemania, en Bruselas o en la China Popular. Es lo urgente y lo prioritario.
Mi reflexión quiere abundar en la fuerza de la palabra. En un mundo global las palabras, como las Agencias de Rating, tardan cero coma en hundirte o ensalzarte. Abren o cierran fronteras. Te empujan al rescate o te cubren de contabilidad creativa y de gloria. Y no es lo mismo que lo diga yo o una Consejera alemana, o una Agencia especializada en dinamitar la economía mundial y hacer inmensamente más ricos a los inmensamente ricos. No es lo mismo. Por esto, como todo se cifra y se cuantifica en moneda de curso legal (¡qué eufemismo!), cada palabra (en alemán, que suelen ser más largas) pronunciada por la ínclita debiera traducirse a many millones de euros, y ella sometida a escarnio público por irresponsable o malintencionada; por no practicar (¡ay, Baltasar!) el arte de la prudencia.
Ahora que tan en boga está eso de la responsabilidad social empresarial, habría que aplicar la responsabilidad social política por lo que yo, que no soy nadie, voy a enviar a tomar por donde amargan los pepinos a la Consejera de Salud de Hamburgo Cornelia Prüfer-Storcks y, subsidiariamente a la señora Merkel (no va a ser Zapatero el culpable de todo).
No hay comentarios:
Publicar un comentario