jueves, 29 de noviembre de 2012

Precariado

 
A veces los árboles no nos dejan ver el bosque. Esta paremia se usa con frecuencia para alertarnos de que, en muchas ocasiones, volcar nuestra atención en el detalle nos impide observar y, por tanto, analizar un problema en su conjunto. Vivimos tiempos complejos, porque así los hemos hecho, que, en mi opinión, requieren actuaciones más bien simples, valientes, directas y contundentes. Ya está bien de marear la perdiz. De envolver la mala fe y la intención en celofanes interesados, cargados de ideología disfrazada. Cada medida, cada acción que este gobierno pone encima del BOE tiene una finalidad meticulosamente calculada y planificada desde hace décadas: desmantelar el frágil sistema de igualdad de oportunidades, el acceso universal a unos servicios, a unos deberes y unos derechos que, por naturaleza, nos pertenecen a todos los seres humanos.

 Ha emergido una realidad escondida de la globalización que es ya plenamente visible. Millones de personas que carecen, porque  se les ha desposeído, de todo anclaje de estabilidad. Desempleados y trabajadores que se encuentran en situación de precariedad prolongada a consecuencia de su bajo nivel de ingresos y con una desoladora incertidumbre sobre su futuro laboral y vital; compartiendo ira y desencanto, ansiedad y alienación.   



 Esto que se identificó primero en los jóvenes, los más y mejor preparados de nuestra historia, con su manifiesta desafección por una clase política que no supo dar respuesta a sus expectativas laborales y vitales, ha entrado ya de lleno en una población adulta desempleada, empobrecida y de cierto futuro incierto. Y amenaza con instalarse definitivamente si no somos capaces de rearmar nuestra voluntad y nuestra conciencia de recuperar la dignidad perdida.

Corremos el peligro de ser, de nuevo, abono y pasto de oportunismos, populismos y extremismos de nefastas consecuencias. No hay más que asomarse a la historia.

Vivimos tiempos complejos que requieren actuaciones simples, claras, contundentes. No callar, no asentir, no temer, no transigir. Reaccionar una sola y definitiva vez para tomar las riendas de la proacción. Ya sé que esto requiere mucho esfuerzo. Pero estoy convencido de que no necesita mayor esfuerzo que el que, para hundirnos,  han empleado los que nos han hundido. ¡Y miren qué bien les ha ido!

Unos pocos decidieron hace tiempo quedarse con todo. Los que somos más tenemos el deber de recuperarlo y distribuirlo. Las alarmas están encendidas. No permitamos que los árboles no nos dejen ver el bosque.


lunes, 12 de noviembre de 2012

La muerte tiene un precio. ¿Cuánto vale la vida?





Hace mucho tiempo que mucha gente, personas, familias enteras se quedaron sin un derecho constitucional reconocido y un derecho, sobre todo, de justicia natural. Ha hecho falta, ¡otra vez!, que una parte de esa gente, algunas de esas personas, en su infinita tristeza y desesperación se hayan quitado la vida para que se vislumbre un atisbo leve de reacción ante los desahucios desalmados y rastreros que aplican a diario los mismos señores de chistera y puro que, unos años atrás, nos colmaban de monedas y bienaventuras. Esos que nos animaban, con sonrisas amarillas, a obtener un derecho constitucionalmente reconocido y, sobretodo, de justicia natural: un lugar donde vivir, una vivienda digna.

Mucho me temo que la reacción (¡siempre andamos reaccionando!, ¿no aprendimos la palabra proacción?) política no va a suponer más que una tirita en la herida profunda. Mucho me temo que esa tirita tamizará el interés informativo de la opinión publicada sobre los dramas venideros. Tampoco creo en el anuncio oportunista de la AEB (Asociación Española de la Banca) de paralizar las ejecuciones sumarias (hipotecarias dicen ellos) por un periodo de dos años en casos extremos de tanta gente indefensa.  ¿No es extremo el caso de quedarte sin lugar donde vivir?¿Cuánta cicuta concentrada habrá en la letra pequeña de ese anuncio? ¿Cuánto interés, cuántas clausulas suelo para volver a engañar? Hay cuestiones que, por tarde, nacen obsoletas, injustas, insuficientes…

No les creo. ¿Por qué habría de creerles ahora? Estamos viendo que la muerte tiene un precio. ¿Cuánto valdrá la vida?