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martes, 24 de enero de 2012

Donde habita el olvido




Ríos de tinta, inabarcables e interminables halagos a lo largo y ancho de este mundo adornan el modelo de transición a la democracia que vivimos los españoles a la muerte del dictador. Fuimos capaces, gracias a la altura de miras (expresión que por repetida vació su contenido), de pactar una convivencia en paz sin disparar una sola bala política. No tuvimos nuestro asalto a la Bastilla. Optamos por una reforma en lugar de una ruptura. Nos pusimos a reformar la dictadura en lugar de romper con ella. Con algunas de sus formas y con muchos de sus símbolos. Y con una consigna infame de olvidar y de tapar. De cavar una fosa sin memoria que impidiera exhumar los recuerdos y los lazos de tantos españoles. No se cerraron heridas. Pusimos tiritas sin poner puntos en heridas demasiado profundas e injustas que alimentaron frustraciones durante demasiados años. Durante tantos años. Cuarenta años de infierno no se pueden olvidar con solo darles la espalda. No al menos mientras la dignidad de los vencidos siga prisionera del puño de los vencedores.
 
Ahora asistimos al vergonzoso espectáculo internacional de sentar en el banquillo a un juez que, aplicando la ley, tiene la “osadía” de abrir investigación sobre crímenes de la dictadura. El mundo entero nos observa atónito e incrédulo. No se puede entender que un país del primer mundo, desarrollado social y económicamente; un país que ha conquistado avances de libertad, igualdad y de no dominación continúe dominado por aquellos vencedores. No se puede entender esto sin conocer que aquel paso de un régimen dictatorial a un sistema democrático, tan modélico, tan pacífico llevaba un pacto de subyugación y miedo que los herederos de los años negros se encargan de vigilar y recordarnos cada día de nuestras vidas.
No tuvimos nuestro asalto a la Bastilla. No rompimos el pasado. Nos limitamos (quizá nos limitaron) a reformarlo. A reformarlo con condiciones, con letra pequeña, con clausulas suelo. Continuamos sin ser un país de personas libres e iguales. Donde habita el olvido quiere hurtarse la memoria.

miércoles, 31 de marzo de 2010

...pero me acuerdo...! *

A menudo Chavela Vargas empieza sus conciertos con la frase: “ya no lloro tanto…, pero me acuerdo”. Me acuerdo de llorar. Por lo vivido. Por lo perdido. Por lo aprendido.

La intuición y la emoción (como interés en que se participa en algo que está ocurriendo) son quizá de las pocas cosas que anteceden a la palabra, al lenguaje que nos hace comprender y empatizar. El silencio, por el contrario, no es más que un cúmulo de palabras erróneas. Por eso tantas veces callar hizo tanto daño.

No deberíamos olvidar nunca que somos libres porque podemos hablar.

"Tómate esta botella conmigo,

en el último trago nos vamos.

Quiero ver a qué sabe tu olvido

sin poner en mis ojos tus manos...,

nada me han enseñado los años

siempre caigo en los mismos errores,

otra vez a brindar con extraños

y a llorar por los mismos dolores..."



Ojalá supiéramos reír como llora Chavela.


*Este post vive en el recuerdo de la mejor persona que jamás he conocido. Brindo por ella.




jueves, 4 de septiembre de 2008

Memoria histórica


Pensamos gracias a lo aprendido; porque tenemos recuerdos y experiencias del pasado para vivir el presente y planificar el futuro. Un cerebro hueco, una mente vacía de emociones y paradigmas vividos y situaciones para recordar es lo más cercano a la muerte. Lo olvidado no existe. Recordar, explorar en la memoria no implica (o no debería implicar) necesariamente hurgar en el rencor o alimentar enemistad. Se puede perdonar, admitir, aceptar; incluso comprender. Pero nunca olvidar. Es la memoria y el recuerdo lo que construye una vida y nos hace libres para elegir y discernir entre situaciones comparadas.

Y está el derecho a saber. A conocer. Y está el “sagrado” y “laico” derecho que orbita en la esfera de lo íntimo de dar “cristiana” y “laica” sepultura a la memoria individual que supone un padre o un abuelo; un familiar perdido en el olvido, es decir, muerto. Abandonado en la fosa común de la desazón y la incertidumbre.

Por eso no comparto la opinión de algunas personas y colectivos y las trabas que ponen al desarrollo de la ley de memoria histórica que en cualquier caso no es más que un intento de recuperación de un examen suspendido: el de la dignidad. No comparto el deseo de impedir la reparación de un error histórico que pretenden esconder de la memoria. Que pretenden enterrar en el olvido. ¿O acaso creen que borrando huellas borran el recuerdo? ¿No comprenden que esta ley no busca culpables; que solo intenta reconstruir corazones rotos? ¿Que es una justa manera de procurar descanso eterno?