“Soñar
un sueño fue nuestro destino…, pero quién puede ya hoy ni hasta soñar que está
soñando un sueño”. (R. Alberti).
Érase una vez el deseo de abrazar un sueño colectivo. Una
propuesta de comunión entre diversos. De compartir una ilusión arraigada en
valores robustos e inmutables de solidaridad y de progreso, asentados en un
concepto universal de ciudadanía y libertad que anhelaba construir su futuro a
partir de la hermosura de frases como “nosotros, el pueblo…” , como punto de
partida para forjar su propio destino.
La Europa que nos contaron no es la Europa en la que
vivimos. Durante algún tiempo se habló tanto de una Europa de los ciudadanos,
que algunos pensamos que estábamos teniendo la oportunidad de asistir y
participar en la construcción de algo que realmente merecía la pena. Algo
asentado en valores de convivencia y de transferencia de conocimiento y de
progreso personal y colectivo. Un modelo colaborativo arraigado en una
tradición cívica que se pretendía recuperar con la sana y justa intención de
consolidar el entendimiento y alejar el fantasma del rencor, de la anexión y de
la guerra que tanta injusticia, durante tantos años, se había repartido por el
Viejo Continente.
Ahora vemos que no. Vemos que los valores predominantes
se cursan en papel moneda y que los activos de ciudadanía han mutado a
dominación por arte y parte de unas élites voraces y disciplinadas cuyo fin
primero y último es ejercer el miedo como anestesia general. Y así está
ocurriendo. Asistimos a una parálisis total de voluntades. A una huida hacia el
interior de la inseguridad y el sometimiento. A una imparable vuelta hacia el
renacimiento de la diferencia entre clases que instala inabarcables distancias entre personas. A una
indolencia y melancolía enfermizas que parecen derivar sin remedio hacia la
aceptación de ese destino impuesto y cruel.
Y esto está ocurriendo en un momento de la historia en el
que el conocimiento y las capacidades del ser humano parecían idóneas para practicar justamente lo
contrario. Ahora que estamos en contacto en tiempo real. Ahora que la globalización
puede usarse como oportunidad de colaboración y de reparto. De avance
colectivo. De responsabilidad para con nosotros mismos y las generaciones
venideras.
Sin embargo, hemos entregado las únicas armas que podían
hacernos iguales. Las de la política y la democracia. Y haciendo esto hemos traicionado
la sangre, el sudor y las lágrimas de tantos antepasados que lucharon para
procurarnos un mundo más justo. Y ahora, por nuestra inacción y nuestra
indolencia, nos volverán a pedir más sangre, más sudor y más lágrimas en un
ejercicio de cinismo y dominación mientras nos convencen de que la recompensa
está otra vez por venir. Ya hemos sangrado bastante, sudado suficiente y llorado lo necesario. Nuestras vidas no son
un asiento contable. Nos han hurtado los resultados colectivos a cuenta de dividendos
particulares.
Algo va mal. Algo va mal cuando aceptamos ese lenguaje
tramposo y corrosivo. Algo va mal cuando abandonamos la fuerza del conjunto y
permitimos el expolio por la parte. Algo va mal, en fin, cuando no
reaccionamos. Cuando cambiamos la participación y la exigencia por el
conformismo y la contemplación del hundimiento.
Solo nuestra firme voluntad se puede oponer a esta
rapiña. La suma de las firmes voluntades de ciudadanos y ciudadanas decididas a
recuperar la libertad y la decisión sobre el futuro. A recuperar las calles y
las voces. Sin miedo a nada ni a nadie. Sin miedo a este cuento de navidad que
hemos comprado hace demasiadas navidades.
La recuperación empieza por no aceptar la situación y
continúa por denunciarla a voz en grito, tomando las riendas y adoptando
medidas de cooperación. Medidas
colaborativas para recuperar el sueño. “Porque soñar un sueño fue nuestro
destino…” Porque solo existe, solo es real lo que antes se ha soñado.
Son tiempos de revolución. Es preciso ponerse en pié. Es
urgente tomar las calles. Para llegar a cualquier sitio hay que dar, siempre,
un primer paso. Seamos realistas. Pidamos, una vez más, lo imposible. Cuantas
veces haga falta. Todas las veces que sea necesario. El lamento es el refugio
de los cobardes.
¡Nos vemos en las calles!
1 comentario:
Interesante aportación, muchisimas gracias.
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